lunes, 15 de octubre de 2012

Cuando el tren se marcha



De tanto esperar al tren se le rompieron las rodillas. Progresivamente el fierro de sus huesos deambuló  por los andenes relativamente saludables. Pocos lo han visto. De noche es una inquietante  luz roja dando círculos y de mañana se abraza al reloj de la estación e intenta mover el minutero sin conseguirlo.

Sobre cada pupila abierta a la llegada del tren hay otra mirada sin  peso que nunca sabrá lo que es ir o venir. Tal vez, las imágenes ya oxidadas se encajen en las esquinas del viaje y los caminos se crucen en la espera, sonámbulos,  sin alcanzarse nunca.

Los perros ladran como si presintieran la llegada. Pero no existen ni pies ni cabeza en este éxodo. Dentro de este tiempo hay otro tiempo que ya se ha marchado por otras estaciones que arden y se apagan. Por eso, cuando el tren se marcha, una madeja se le enredó en el pecho y mil astillas se clavan a cada instante.

Sergio Astorga
Tinta/papel.