Señores, ruego a ustedes me permitan dejar constancia del alboroto de las letras que se les cayó la lengua, la suya, no la mía, y desde ese momento estoy precavido en el vacío. El mundo se me hace desconocido y el sentido de la medida me resulta exiguo. No sé cómo se salieron del silabario. Las letras son como las personas y uno quiere que encuentren sus palabras y responder a los mudos y al los que sufren por no decir.
Los ojos se volvieron locos, preguntan por las cosas, imploran un pedacito de significado. Yo les digo señores, que soy un mal ladrón. Cuando abrí la puerta entraron a mi cuarto. Como una pedrada descalabraron mi dignidad y estoy triste. A todos los que invité sólo gesticularon, temblaban de frío. No fueron buenos, me dejaron con las letras rondando por mi cuarto.
Suceda lo que suceda, señores, voy abril la boca hasta el infinito y me tragaré las letras como si fueran cápsulas de silencio y de hastío.
Los tendré informados.