De espíritu elegante y vida ruinosa, Arnulfo Flores Retana, hacía todos los días un gran esfuerzo para que las cobijas, sábanas y cobertores no lo dejaran ligado a ese mundo horizontal que tanto gustaba. Dispuesto a arremeter con entusiasmo la fatalidad de estar erguido, Arnulfo, sintió como le tronaba el esqueleto al desdoblarse y con ese estoicismo que lo herró desde que se enteró de semejante escapatoria vital, se levantó como se escribe la letra o: expandiendo el trazo.
Su certeza, siempre puntiaguda, ensayó la metodología cotidiana. Lavase los dientes, se enfunda el traje negro de rayas finísimas, bebe su café con leche y una concha de chocolate que siempre, la noche anterior compraba en la Flor de Liébano, ultima panadería a la altura del arte.
Así, a cincel, martillo y escofina aguantó, como se dice, vara. Nunca pudo, y se esforzó hasta agobiarse, dar un poco de rojo a ese negro sol de la melancolía.