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A toda mi estimable clientela, como todos los años por estas fechas decembrinas me es grato, como abarrotero de ultramar, desearles la mejor de las mesas, donde las viandas apartarán las desdichas y amarguras, para que el sabor tónico resuene y el diente sea el altar del noviazgo amoroso de las coles.
Que la psiquis tenga el son del corazón y la roja utopia de la infancia.
Brindo verídicamente. Con la simetría del armisticio y el frenesí de los abrazos.
Había un árbol, un muelle y un reseco hilo de plata. Alguna vez hubo un cuerpo, un caracol y tiernas cenizas esparcidas por el piso. El sonido de campanas alerta la llegada de la misma historia, pegajosa, inconfundible. El desfile de voces, sin muelle que las reciba y esa plegaria oscura del desencuentro. Las lineas de la mano se entrelazan y un crepitar de deseos insatisfechos culminan la cartografía de los sueños. El talento de la piel puede nombrar otro paisaje, lejos de la siesta, lejos de las moscas. Los Ángeles sin Guardar ya son calendario, pero podrían haber sido agenda, lo mismo da, hay cosas que no cambian y las plumas solo cambian de color cuando se recuentan los instantes. Bautizar de nuevo nuestros huesos, nada más natural en la tormenta.
Había un árbol repleto de luces como el silencio y una hoguera quemaba el hilo de plata.