El gavilán que aterriza a la carrera y se salva por una ala de los amarres de los cazadores, ése es el que quiero. El que salva la rutina o se mata de rabia o de rencor, pero no queda inmóvil comiendo del domador. Ése indecente que cuenta con regocijo lo que ojea. Ése, que del sarcasmo hace su chivo. Ése es el que busco. El que cambia de opinión y deja para los débiles la paloma. Ése, que en el vértice de su amor propio nunca se engancha en frívolas pretensiones de pluma fina.
¡Mira tu gavilán!, me dicen, con el pico enterrado en un charco de vomito envenenado.
¡Mira tu gavilán! llenarse de gusanos.
¿Porqué, me digo, sigue el cielo tan azul?