Escondidos debajo de la cama con el miedo amarrado como alambre alrededor de los brazos pasamos mucho tiempo. En la pared unos trazos negros y flacos daban brincos hasta saltar por la ventana. Nosotros ni siquiera resoplábamos. Nos mirábamos con las manos. Estaba oscuro, sólo las siluetas brillaban como los gusanitos que salían de las plantas del jardín.
- ¿Qué hacemos?
- No te muevas. Vamos a esperar.
- Ya no siento el cuerpo. Tengo miedo. Háblales. Diles que se vayan.
- ¡No te muevas!
Mímicas luminosas y sonámbulas. Desnudas. Silenciosas, las siluetas renacían en diferentes colores, se replegaban en sus contornos, tejían sus vestiduras de múltiples matices como si el túnel del sueño nunca cesara enamorado de su transparencia.
- Ya me duelen los ojos.
- ¡No salgas!
- Voy encender la luz.
Estranguladas, un remolino eléctrico apagó el latido del enigma. La vigilia volvía a llenarse las entrañas.
Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm.