Madura la vegetación de pieles entre las conversaciones
cotidianas. Son carreteras de frases las que se dicen cuando se reúnen esas palabras
que serpentean en nuestras cabezas y nuestros cuerpos. En los cafés o en la
plaza estamos rodeados del impulso de decir. Fluyen y avanzan sin llegar nunca,
en un presente se consumen y se devoran unas a otras como alacranes ardientes.
Cuando era niño pensaba que el árbol de granada en
medio del patio era habitado por esos frutos carnosos que son las palabras.
Poco a poco se fue secando el árbol y esas palabras quedaron leprosas dentro de
mis pulmones.
Después, al vaivén de unas caderas de mujer se
confundieron con ese conclave de silencios que me recorrían. Todo fue en vano,
las palabras se rompieron y en añicos los signos se expandieron por los años.
En esta desbandada, el fracaso y el éxito se asemejan a
esos cantos de los pescadores que recogen sus redes para tirarlas al mar al
otro día.
Así como se recorren las calles, las palabras son
serpientes que recorren los cuerpos, se pegan a ellos, se alimentan, se
conversan; convierten la retórica en verdadera vivencia cotidiana.
Todos los nombres vuelven estar en el árbol de granada.
Sergio Astorga
Tinta/papel 29 x 30 cm.