Era negra la noche. Los marineros sin rumbo seguían el canto de la cumbancha. AL llegar a la playa olvidaron sus bárbaros modales. Tomaron aguardiente y se dejaron devorar. Alguna vértebra; algún carpo abandonado en la arena testifica el apetito, de lo que parece ser, una cofradía de sirenas.
Por desgracia los nuevos ritmos y las bebidas adulteradas, han ahuyentado la llegada de marineros, prueba de ello es ese olor a aleta putrefacta que colma el litoral.