Al otro lado gravitaba el protex entre neutrinos; los cátodos cósmicos de nuevo cuño y ese garfio de espines vertiginosos. Al desplegarse el espectro, el amentis amaba con esa sed de las rotaciones. El testuz de las gónadas tomaba posición entre las musas de los pólipos de carga negativa. Preso en este sin fin: la vagancia, esa errancia de la materia que no tiene masa y que el gran hueco se lo traga todo. Él, miró como su ego se derretía y un espeso miasma lo postró en un ángulo obtuso. La alta noche transpira en ráfagas como la antigua respiración de Asterix.
Así es el etcétera del universo y de nada sirve que vociferes con la psiquis, que la longitud de onda no te alcanza.