Con todo realismo, sin ese estorbo de buscar el signo de las cosas y el futuro a cachos, porque no hay forma alguna que perdure intacta, el desayuno es, de todos los momentos, el más preciado bien al empezar el día. El mejor zodiaco es el que viene emplatado. Por eso, ligero de equipaje, Beto, llego al desayuno, pidió, porque hay que pedir, para eso se va a los restaurantes, unos huevos fritos con frijoles con quesillo derretido. Como quien cuida lo que se lleva a la boca, miró detenidamente la yema, le agradó su apacentado amarillo, su equilibrio impoluto que al menor toque de la tortilla o pan, desparrama su sabrosa lava por todo el plato.
El presagio no se hizo esperar, atacó con la confianza del devoto, tortilla en mano, al paisaje amarillo. Resbaló por su lengua el apreciado sabor y como una marea maligna sitió la hoguera de los pecadores, una inepta mano había vertido sal sin clemencia. Imaginan la amargura impotente, la mirada penitente, la inconsolable y refinada frustración de Beto.
No hay duda que es dramático el realismo cuando se vive sin antifaces, con esa devota pasión del sibarita.