Cuando terminó el luto, tres días fueron suficientes, se sintió afortunado. Ahora tenía dos puertas. Las casas eran diminutas, pero eran dos. Por una entraría los lunes, miércoles y viernes y por la otra los martes y jueves. Los fines de semana los pasaría en una pequeña huerta que tenía una tía por parte de la difunta en las afueras de la ciudad. Como también quería heredar esos naranjales acariciaba a la tía los sábados y los domingos. No le importaba que su piel estuviera como lija y su vientre le colgara flácido como esa bata de noche. La tía tenía los ojos rasgados y una mirada perversa. Agria por naturaleza poco a poco se fue endulzando. Su lengua cada vez más fresca comenzó a expeler un aroma frutal que fue bajándole por todo el cuerpo.
Un mes después, la tía de la difunta entraba y salía por las dos puertas como si fuera la dueña. No es por nada pero, sus caderas están tan firmes que es de lo único que se habla por los días que corren.
Fotografía Marginal Vila Nova de Gaia. Portugal.