Su voluntad no la dobló el acero ni la ruta perdida. Fue la cabellera, nudosa, untosa. Con el desagravio de la piel blanca lo dejó tocar. Llegó al fondo del asunto. Babeante saboreo la ignorante ola que renace. Su marea no cesa y de vez en cuando, cuando la noche se desgaja su sueño de hombre lo guía al puerto donde ella lo llenó de jadeos.
El mar está picado desde entonces.