Expulsado de los paraísos conocidos por las mentes que tienen el disfraz de la curiosidad. Él, Angelito Martínez, permanece en la misma ciudad en la que nació hace cuarenta y seis años. Pasa sus días con su gran amigo Jaime, al que le crecieron los pechos de tanto que se asomaba en las barandas. Ellos, prudentes de la gestualidad humana, conviven apacibles, contándose historias de viajes.
La pureza humana no es duradera, por eso Angelito tiene vergüenza de mostrarse. No quiere ser expulsado de nuevo. Jaime, mas mundano, se muestra con altivez, exhibiendo el pecho sin decoro, ese que le exigen los señores de pipa y guante, y señoras que compran revistas del corazón.
Trabajan en lo que pueden, de nada les valieron sus altos estudios, los bajos instintos los han dejado a punto de la mendicidad.
Desdeñosos, al fin y al cabo, tienen la fidelidad de haber nacido diferentes y esa ambigua certeza de que toda espera tiene recompensa, no se alteran.
Ellos no saben que la añoranza es el sentimiento que define a los abandonados.
Tinta/papel