José Ramón subió las escaleras con su hermosa gorra, creyéndose el mejor retratista del momento. Ya lo esperaba en su estudio el rostro oval de una mujer de ojos encendidos de un negro sin contornos. Juan Ramón, tomó en sus dedos el carboncillo y trazó en el papel, con trazos hábiles el rostro de la modelo.
Ella me dijo después de estar en pose tres horas, que se sentía traicionada, nunca pensó, me dijo, asistir a tanta torpeza. A la media hora, el retratista comenzó a desgarrar papeles, a sudar copiosamente, la miraba desencajado, jadeante. De repente comenzó a reír, con esa risa inútil, desencantado de su trabajo. No quiso mirar. Ella salió luchando con su propia imagen. Nunca le perdonará esa incapacidad de José Ramón.