Un miedo largo como de animal ajeno articulaba los días.
Nacía la mañana con esos violetas ácidos. Lejanos ya los cielos bienestar en
que las aves acariciaban los aires. La cólera desnuda se paseaba campante entre
las plazoletas. Contrastaban los audibles lamentos de los abatidos con la
victimas vencidas por la fuerza de sus propias calcas. Algo está seco, se
escucha el peso entre las cabezas.
Un frío corre por la espalda de las casas. En
ese mundo sordo se draga la única lágrima que arrendó la ciudad. Alguien
husmea y alarga el brazo y exprime la poca esperanza de los ojos. La antigua pulpa de las horas, tan frescas y dueñas de
todo tiempo, fueron robadas. El desconsuelo
se quedó extraviado en los semblantes. Más un día, en que el sopor se embriagaba
con el tedio, las alturas fueron escrutadas.
- ¿No oyes?
- No.
- Algo se acerca. Siento la onda de la caída.
- Ni veo. Ni oigo.
- Allá. A un costado del edificio de administración.
Un sobresalto y un furor descarado rompieron el silencio
en miles de astillas. Se clavaron en las pupilas de todos los que se
apiñaron a mirar al nuevo caído.
Sergio Astorga acuarela/papel 20X60 cm.