Eran como las seis de la tarde cuando encontré, rodeado de presentes, no de futuros, al buen amigo Blanco, fino como una insignia en la solapa.
- Aquí te dejo la espada- le dije
- Soy de sol. Tu de sombra.
- Y de la sombra vendrá la quietud - impugné. Me gustaba asaltarlo con preguntas o respuestas sin sentido.
- Como esta tu sangre, Blanco?
- Tibia y de limo. No soy elegante.
- Tu eres como la paloma moribunda.
- Son cosas de la edad - me dice Blanco con esa frente dichosa y plana.
La lluvia caía rasurando al aire de impurezas.
- Un buen recuerdo es aquel que nos aproxima a la bata y al yugo. No te parece?
- Me rehúso a ser ala de discordia. El arco iris no esta en mis funerales. Yo soy sólo el rabo de la forma. El ocaso se desprende de los cantos generales.
- ¡Vaya! hoy estas mas Blanco que nunca.
- No has leído a Miró? Ahí verás que la pájaros vuelan con sus picos.
- Lo haré.
A la hora del trigo, cuando dos hembras de cebolla llenaban la cocina de látigos olores, Blanco y yo, nos encontrábamos desde entonces a las seis de la tarde para intercambiar nuestras respectivas harinas que nos inflamaban.
Hoy he pasado la tarde en tinieblas.
Blanco no llegó.
Sus huesos capitales tal vez fueron a buscar un plano alternativo.
Sergio Astorga
- Aquí te dejo la espada- le dije
- Soy de sol. Tu de sombra.
- Y de la sombra vendrá la quietud - impugné. Me gustaba asaltarlo con preguntas o respuestas sin sentido.
- Como esta tu sangre, Blanco?
- Tibia y de limo. No soy elegante.
- Tu eres como la paloma moribunda.
- Son cosas de la edad - me dice Blanco con esa frente dichosa y plana.
La lluvia caía rasurando al aire de impurezas.
- Un buen recuerdo es aquel que nos aproxima a la bata y al yugo. No te parece?
- Me rehúso a ser ala de discordia. El arco iris no esta en mis funerales. Yo soy sólo el rabo de la forma. El ocaso se desprende de los cantos generales.
- ¡Vaya! hoy estas mas Blanco que nunca.
- No has leído a Miró? Ahí verás que la pájaros vuelan con sus picos.
- Lo haré.
A la hora del trigo, cuando dos hembras de cebolla llenaban la cocina de látigos olores, Blanco y yo, nos encontrábamos desde entonces a las seis de la tarde para intercambiar nuestras respectivas harinas que nos inflamaban.
Hoy he pasado la tarde en tinieblas.
Blanco no llegó.
Sus huesos capitales tal vez fueron a buscar un plano alternativo.
Sergio Astorga
Tinta/papel 20 x 30 cm.