Fue un hombre famoso por comer sopa de verduras. Regresó de la guerra con el desencanto propio de los veteranos y la inquietud de que algo le explotaría en cualquier momento. Todos lo querían en la ciudad. Una ciudad pequeña, muy pequeña, por eso era posible cruzarse con él cuando iba al restaurante a comer su sopa.
- Buenas tardes, Pep.
- Buenas, vamos a eso.
Con su guerrera verde camuflada se le veía con paso firme entrar y sentarse en su mesa preferida cerca de la puerta, alerta al más mínimo movimiento extraño.
- Que tal, Pep.
- Todo correcto. Ya sabes, la quiero tibia y con tres zanahorias fuera del plato.
Todos gustábamos mirar su cabello ensortijado y esos finos modales para llevarse la cuchara a la boca. Esa placidez, ese desarme de su tensión para entrar al pleno disfrute nos conmovía. Eran los momento en que parecía olvidar tantas muertes.
- Te entendemos Pep.
Todos lo queríamos en la ciudad. Nadie sabe hacia donde partió. En su honor seguimos poniendo en su mesa cerca de la puerta el plato de sopa tibia con tres zanahorias fuera del plato.