Los días domingo corremos como para tirar el fardo de la semana. La ciudad en su letargo se deja caminar, amable y melancólica; dejando el bullicio para encantarnos y no pensar que el asfalto sólo brilla con la luz de la prisa. Por fortuna, parece que las alcantarillas también descansan y su fetidez se resguarda para los días laborales. Los que trabajan este día, reciben sonrisas inesperadas.
Es bueno saber que la amargura no tiene domingo.