Era un hombre enchufado a sus sentimientos. Sólo quería, después de los cuarenta, elegir. Probablemente no era necesario vivir siempre en alta tensión. Al final del día le dolía el cuerpo. Hubiera sido tan fácil elevar la hipocresía y sacarle partida a sus arrugas. Ese aire afilado, ilusionaba, es cierto, pero su desaforada energía no justificaba esa insistencia de ser atendido. Ella tiene razón, tanto fragor energético le provocaba un corto circuito. Como él, también se sentía exhausta al final del día por motivos diferentes. Él por intenso y ella fundida por exceso.
Sin embargo, cuando se besaban en los ojos se volvían a conectar. Aflojaban los brazos, se murmuraban y buscaban mantener una corriente alterna.
Elegir, al final de cuentas tiene que ver con la frecuencia.