Ella, dormida sobre el agua y el ruiseñor cantando del otro lado de la muralla. El haz solar quedó prisionero cuando en el reflejo, las claridades se estamparon en la retina. Abandonada, cubierta de cicatrices de agua
azul cian, se gastan los caminos.
Los sapos que la rondan, no consiguen despertarla. Ningún beso ha dejado la saliva cierta.
El ruiseñor sigue ufano dando trinos. La disciplina de la imagen no se inmuta y todos, expectantes, esperamos a que algún día se despierte y nos mire nuestra cola anfibia de aristócratas.
Sergio Astorga Fotografía: à Casa de Mateus,
a Mulher adormecida de João Cutileiro