Te espero en el Marqués, me dijiste. Y yo esperé horas que conté pacientemente como hombre fuerte. Pasarón las prisas en ataúdes negros y miré con debilidad la estatuaria risa de los árboles. Admiro las fuentes, me gusta ver las gotas como cometas centelleantes que caen como caídas de algún firmamento. El rito de la espera tiene que llevarse al fin. Mirar alrededor, encontrar las pisadas que pueden ser las tuyas y que en mi torpeza no hallé. Los niños pasaban con sus mochilas repletas y las señoras bajaban presurosa a la entrada del metro. La santa experiencia me dice que la espera es huérfana y los gajos de las horas se saborean como alimento si queremos mantener la sonrisa cuando llegues. Absorto, me empieza a gustar la coquetería ampulosa de este jardín de prosapias, que seguirá existiendo aunque nunca llegues.
Que sea para bien, se dice, comienzo a oler ese licor dulzón del abandonado. Posiblemente tu palidez no te dejó salir de casa. Que sea para bien, tal vez mañana aparezcas con ese prestigio que yo te he construido. Y podamos caminar, tomados de la mano, alrededor de esas horas muertas que tan bien le sientan a tu talle.
Fotografía: Praça do Marquês de Pombal, Porto, Portugal.