Hacía mucho calor. Si el infierno existiera podría ser como este día. Una mano se me prendió, mi cabello en llamas convocaba la atención. La gente me miraba como si fuera un condenado. La brisa acelera el asombro y las lenguas de fuego que me salían del pecho. Como siempre la incomprensión atizó el incendio. Pregunté por el río. ¡Uy! me dijeron, hay sequía. Caminé sin rumbo, por fortuna no sentía dolor, cuando mis rodillas se carbonizaron, sentí miedo. Pensé entrar a un baño público. No pude soportar el olor rancio de los orines. Encontré a Pepe. ¡Jódete! me gritó, Me confundes, alcancé a decir. Sacó su teléfono y comenzó a tomarme fotografías. Todos sabrían de mi combustión. Ya no podía correr, así que me quede a mitad de la calle. Uno es lo que es, me animé. Fue entonces que sentí las cubetadas de agua fría que los vecinos me aventaban. De golpe, me sentí ceniza.
Ahora miro las fotografías, sentado y vendado hasta el cuello. Uno tiene que trabajar en algo, aunque sea tragando fuego.
Me justifico.