El clavo de su amor estaba en ese rincón de su cuerpo, ese que huele a olivo. Treinta metros por segundo te daba vuelta una idea que dialogaba sudorosa, mecánica: ¿cómo sacar ese clavo?. ¿Cómo sanar de tu amado?. ¿No sabes?
Quieres llorar todo el tiempo a ojo abierto. Como si abotonaras tu camisa terminas tu día zurciendo las horas, tus documentos, el certificado que dice que cursaste la primaria con sobresaliente.
Ay de ti, desde mi tórax te digo: tira el zapato roto y no lo veles. No insistas en esa miseria de hambre. Todos estamos clavados y tenemos reloj. Mírate de perfil que la gravedad es poca y tápate el agujero con pasta de dientes.
Antes de que el sol se vaya, te digo, jala con el pulgar y el meñique, antes que se hunda en el músculo de la culpa. Es mejor oler la sangre amada.
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