Del ladrillo húmedo salían vapores reticentes como si frenaran el paso. Al principio caminó a tientas. Respiró los insectos que revoloteaban. Como un dialogo trunco avanzó hacia la puerta. Tentaleó la cerradura. Sintió la punta de un cuchillo en la espalda. No te muevas escuchó, reconoció la voz de su primo. De bruces en el piso no veía el rostro, pero su voz tipluda era inconfundible. Vine por tu alma, me dijo. Entendí que la cena se enfriaría. Puso su rodilla en mi espalda. Te acuerdas de aquella tarde que te burlaste de mi pelo. Hoy te cortaré el cabello y la garganta. Serás mi cena.
Al fin primos sus rasgos similares no tienen fondo. Se reconocen. Se hacen llorar en sus juegos. No crecen. Cualquier día se matan bajo la excitación familiar. Sin misterio.
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