“Una mujer, un hombre, a veces muchos, quieren inscribir su trascendencia, la piedra es declarante de este vicio. Siglo contra siglo creció el símbolo, el signo, la palabra y la voz alta para reconocerse y confundiese.
La palabra hizo residencia, como aquel pájaro que lleva rama a rama, perseverante, la construcción de su mundo. Pico a pico su vuelo tiene algún sentido, y la luz es blanca y descifrable. Así es la trascendencia: un sentido fugaz, pletórico, enfermizo”.
La palabra hizo residencia, como aquel pájaro que lleva rama a rama, perseverante, la construcción de su mundo. Pico a pico su vuelo tiene algún sentido, y la luz es blanca y descifrable. Así es la trascendencia: un sentido fugaz, pletórico, enfermizo”.
Era de noche, mis hermanas y yo, caminábamos por la calle de Madero rumbo al zócalo mirando el rojo tezontle de esta ciudad de México que no se muere aunque la maten, cuando al llegar a la gran plaza, las torres de la catedral parecían dos destinos en ruinas, una de mis hermanas, la más joven se aferró a mi brazo y me señaló una extraña caja de madera, mi otra hermana, mas intrépida ya la traía intrigada entre sus manos. Decidimos caminar rumbo al café Tacuba. Nos sentamos y pedimos café con leche. Encarnada con su joven superstición daba sorbos nerviosos a su café y la otra, inquieta me reprochaba silente mi desidia.
Sobre la mesa una caja de cedro de buen barniz color solferino y con la simpleza ornamental de sus líneas rectas guardaba, envuelto en terciopelo negro, una tabla roja con inscripciones, mi hermana la mayor, hábil como siempre ha sido para interpretar signos, nos dijo que era una especie de mapa, en sus palabras: cartografía de un viaje íntimo, es una descripción de signos gráficos y signos léxicos que aparentemente no tienen conclusiones, solo alusiones al acto de nombrar y de inscribir. Mi hermana menor con el relajamiento en sus pómulos empezó a tocar la tabla roja y le pidió a mi hermana que tradujera lo que veía puesto que ella solo advertía monitos y formas inentendibles.
Con seguridad comenzó a leer o a interpretar o adivinar lo que veía:
Sobre la mesa una caja de cedro de buen barniz color solferino y con la simpleza ornamental de sus líneas rectas guardaba, envuelto en terciopelo negro, una tabla roja con inscripciones, mi hermana la mayor, hábil como siempre ha sido para interpretar signos, nos dijo que era una especie de mapa, en sus palabras: cartografía de un viaje íntimo, es una descripción de signos gráficos y signos léxicos que aparentemente no tienen conclusiones, solo alusiones al acto de nombrar y de inscribir. Mi hermana menor con el relajamiento en sus pómulos empezó a tocar la tabla roja y le pidió a mi hermana que tradujera lo que veía puesto que ella solo advertía monitos y formas inentendibles.
Con seguridad comenzó a leer o a interpretar o adivinar lo que veía:
“Así como se orada la piedra al golpe del estilete o el relámpago, voces, pregones, suplicas, cuerpo que es anima, que golpea sentidos, que machaca tiempos, ideas y esas urdimbres de desastres y destinos, todo en piedra, en la mandíbula tiesa del pasado”.
“Así como el fuego que incendia la primera vez, el signo y la mano sobre el montón de huesos, en la sublimación del sentido, de la exclamación de la brasa que sigue quemando la procesión de nombres.
Así al medio día la obstinación no acaba nunca, dichosa el agua que no cicatriza en piedra.
Hay que aprender a despedirse.”
“Así como el fuego que incendia la primera vez, el signo y la mano sobre el montón de huesos, en la sublimación del sentido, de la exclamación de la brasa que sigue quemando la procesión de nombres.
Así al medio día la obstinación no acaba nunca, dichosa el agua que no cicatriza en piedra.
Hay que aprender a despedirse.”
Salimos del café y nos perdimos por el centro histórico, la vegetación de piedras nos acompaño hasta que llegamos al zaguán de nuestra casa. Mi hermana joven corrió hacia al cuarto de baño y mi otra hermana llevaba la caja como reliquia y se metió a su cuarto sin decir palabra. Como un dolor de visera entré a mi habitación con un eco interior, tendría que comenzar de nuevo a inscribir otra tablilla.
Sergio Astorga
Sergio Astorga
tinta china/madera
14 comentarios:
Piedras, huesos de la tierra, que extraemos para dejar constancia de nuestro paso, por la extensa y dilatada vida de este nuestro planeta, tierra.
Hábiles canteros, utilizaron el materia, inquebrantable al tiempo y través de sus manos, nos hablan los Mayas, los Egipcios, los Persas...civilizaciones perdidas, pero no olvidadas.
Fantástico el relato y sorprendente el final. ¡Pobre hombre! Menudo trabajito se ha buscado.
La imagen, elegante y dinámica.
Un abrazo.
Por aqui, quien mas quien menos, quiere dejar constancia de su transcendencia.
¡Que dificil es despedirse!
Muy cierto.
Mari Carmen, imagínate intentar inscribir y trascender: dos verbos de vértigo.
Perder y encontrar otros dos verbos que son herramientas de la historia.
¿Si tu encontraras una caja con una tablilla que harías? ¿La guardas o la dejas y si te encontraras tu propia caja?
En fin la diferencia entre una vida plena y otra rutinaria es el ímpetu de la trascendencia, a parte de la biológica desde luego.
Un abrazo entre signos.
Sergio Astorga
Lola Marine, difícil y hacerlo con gracia y elegancia o como quería Serrat: "es hermoso decir adiós, serena la mirada firma la voz"
Por el ojo de la trascendencia todos queremos mirar aunque nos deslumbre tanto brillo.
Un abrazo que es un signo de afecto.
Sergio Astorga
El paso por la vida siempre deja huellas. A veces esas huellas son minuciosamente elaboradas, tienen ganas de explicar, otras sólo son las marcas de simples pisadas o de muchas manos en contacto con la tierra, pero en cualquier caso forjan la Historia. Yo no sé si un hombre o una mujer quieren inscribir su trascendencia, pero lo que está claro es que la dejan inscrita.
¿La tablilla? Me la quedo directamente, es un tesoro.
Me ha gustado la cadencia del relato y el sorprendente final.
Un abrazo trascendente.
¿Si encontrara una caja con una tablilla?
Si alguien perdiera una caja y yo la encontrara, me la quedaría.
La inscribiría en el registro de mis bienes terrenales para que tuviera trascendencia en mi vida.
La pena es que no la encuentro.
Un abrazo.
Maribel, razón no te falta razón, intuición tampoco, querer trascender como voluntad requiere una consciencia, como bien sabes, a veces las personas dejan mas que huellas, heridas y profundas. Huellas al fin dirás, y sigues triunfando con tu comentario.
Busquemos nuestra tablilla, aunque sea de chocolate.
Un abrazo sorpresivo.
Sergio Astorga
Mari Carmen, creo que yo también me la quedaba y soñaría en sus múltiples interpretaciones, mas bien especulaciones.
Caminemos para encontrarla.
Un abrazo encontrado.
Sergio Astorga
Me encantó el relato, pero soy tan simplemente alguien que quiere trascender unicamente para los que ama.
Me encantó la pintura, también.
Saludos!!!
Es difícil aprender a despedirse porque no nos queremos ir.
He buscado información sobre cuál es el color solferino. Siempre aprendo contigo el significado de alguna palbra para mí desconocida.
En la época de explotación de palo de tinte se apilaban gran cantidad de troncos de esta especie en el centro de la población. Al llover, el palo de tinte teñia todo el lugar de un color rojizo, que se le conoce como color solferino. Debido a esto hay un un pueblo en México que se llama así.
Gracias por ampliar mi mundo del conocimiento.
Silvia, trascender amorosamente es una de las mejores cosechas que puedes dejar, porque trascender es dejar, no tiene nada que ver con la fama ni con herencias económicas o genéticas o heráldicas, es dejar tu huella simple y humilde donde te encuentres. Así como el canto de los pájaros, su canto es, trasciende su finitud.
Un abrazo sencillo.
Sergio Astorga
Alicia, las introducciones y las despedidas son siempre conflictivas, primero tenemos miedo de llegar y luego lo tenemos por partir. Somos un poco complicados.
Te cuento con honestidad, para mi estos datos que me cuentas de color solferino no los sabía, mucho menos que hubiese una población en México con ese nombre, ya fui a investigar, ese color me es familiar por ser un color muy usado en los vestidos de torear en México.
Gracias, aprendemos mutuamente.
Un abrazo en solferino sin sofocar.
Sergio Astorga
Ah,no,esto sí que no.Comentete ayer y no aparezco, demandaré a guguel. Y decía que sentí miedo,mucho.Pánico tuve de los signos y de sus diversas lecturas. Miedo,mucho miedo. Y decía también que sus tintas me pierden, y huella ya han dejado.
Un abrazo tardío.
Izaskun, nos apuran las omisiones digitales, como en otro tiempo fueron las celestiales. Que podemos hacer si Míster Guguel se le atraganta el strudel.
Es curioso cuando me he encontrado inscripciones o yo mismo las he hecho, hay dos sensaciones recurrentes: curiosidad y miedo. Compartimos esa realidad, aunque te confieso que el pánico casi no me atrapa.
Es verdad, no hay como una tablilla en su tinta.
Un abrazo descifrado.
Sergio Astorga
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