En la espera del vacío el Sr. Paredes, tiritaba. Una palabra, una sola, quería escuchar. Las palabra no llega. No se puede forzar, ella viene con el eco de los nombres. ¿Miedo? Sí, tiene miedo. Miedo a esa luz mala, a cerrar los ojos y no hallar las monedas sonoras del buen eco. Su memoria esta ebria de mil nombres oscuros, mudos. La inicial de su propio nombre yace sobre miles de fricativas sordas.
No, el Sr. Paredes, no está solo. Su desgracia se cuenta en todas las bocas. Los ojos del vecindario se le clavan punzantes como un perfume viejo.
La ausencia, dicen, tiene el color de los párpados y siempre hay compensaciones, por eso el Sr. Paredes se barbea para tener el rostro limpio, para cuando llegue.
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