Vacilante, se proyecta a contra luz la silueta de El Chavita. Su sombrero panamá atiza el barullo. Camina con soltura, con esa elegancia sobrenatural que tienen los que llegaron de fuera y se han comido todas las miradas que provocaron a su llegada.
- ¿Cómo te corre, Chavita”?
- Me corre.
- ¿Te tomas una cerveza con nosotros?
- No gracias. Traigo asunto.
El Chavita se sentó en la mesa de siempre, junto a la ventana. A esa hora de la tarde pasan pocos camiones y se puede escuchar las barbaridades que desde la barra por unos cuantos pesos, un cuentero de mediana edad engatusa a dos jóvenes que lo miran como al profesor perdido:
“Así fue, esa niña se convirtió en sirena por no guardar el viernes santo”
El tin tin inconfundible de su bastón salió a escena. Una voz de afinado de tenor preguntó por El Chavita.
- ¿La de siempre, mi Chavita?
- ¿Te sabes otra, mi ciego?… Anda, da igual. No te quedes ahí. Canta.
“Si yo encontrara un alma como la mía,
cuantas cosas secretas le contaría,
un alma que al mirarme sin decir nada
me lo dijese todo con su mirada”
- Hoy no me pagues, algo te pasa mi Chavita. No veo pero como si mirara. Algo te pasa.
- No es nada, mi ciego. Siéntate, te invito a comer. A ver si se me pasa la vida un rato.
*Si gustan saber cómo podría ser la voz del ciego
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