Aquel rey aparece todas las noches. Se dibuja en la pared como el rostro de los ancianos que van perdiendo o ensanchando su línea de contorno.
En lo oscuro de la infancia, el niño ya no niño, quiere, como un bandido con fiebre de olvido, estirar la mano.
Un consuelo fugitivo llega como corriente tibia a su sonrisa.
Es el alba.
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