Una lluvia tierna, fría a su pesar cuando se escurre en las ventanas, caía en la ciudad entumida. Sus calles celebran el azul que va dejando entre la niebla. Sus habitantes saben que pueden contar con ella. A veces huraña, otras, con la benevolencia de la que se siente caminada, se entrega entusiasmada y promete hogar y protección. En esa relación hay recompensa, alegría de estar sin ese proyecto de adioses que las otras ciudades tienen. Sin embargo, es implacable, la nostalgia del que partió es infinita, se les secan los ojos y nunca más tienen abrigo.
Por eso no te quedes inmóvil, no te quedes sin agua, sin luz, sin tiempo. Porque eres la única salvación de los que te habitan. Anudas las almas de todos los que estuvimos abandonados. La lejanía no es para nosotros. Ciudad nuestra de cada día en esta hora húmeda te evoco.
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