Hay un reposo en el encierro. No vacila el suspenso y se desasen las dudas del hallazgo. No hay bienvenidas y el reflejo del sol baña las astillas. Asoma una amarga sensación de tiempo terminado. Una vieja tristeza retoma el camino. Bajas la calle y de tus hombros una tediosa sonrisa se pierde al voltear la esquina. Si las calles tuvieran memoria, tal vez no dejarían pasar de tanto barullo y nos dirían ¿has olvidado?.
No hay ciudad ni calle en el mundo que no evoque esa misma realidad de olvido.
Tener dos puertas para los extraños huéspedes, es lo que me dice el guía.
Ignoro la respuesta y voy a buscar mi vino y a la ternura mística de esa demencia que se esfuma.
Fotografía alguna Rua de Porto, Portugal.
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