Se balancea en la cuerda que cuelga de dos clavos afianzados a la pared. Tiene complejo de ave, por eso la jirafa, con la humildad del que conoce las alturas, le decía que era necesario decidirse.
- No tengo alas, le decía el hombre pájaro.
- Entonces eres un farsante, le espetó la jirafa.
- No. Estas plumas son reales y no tengo vértigo.
- Te comprendo, concedió la jirafa. Yo me estiré tanto que mi cuello creció y ahora deambulo.
Todo el verano se les vio juntos, charlando. Un día se fueron rodando como esas piedras que tantas veces recibieron. Aplastados por el peso de la intolerancia, enderezaron sus cuerpos y el hombre pájaro, con un llanto débil, se subió al lomo de la jirafa. La cuerda sigue balanceándose fría y solitaria. Retazos de murmullos y sollozos, todavía se dejan sentir en el agudo espacio vacío.
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