lunes, 9 de julio de 2018

Una vez


Una vez fueron de cocodrilo. Otra de caguama. Con una tenia pasos seguros, con los otros navegaba. Estos cambios de estado agradaban a sus pies, ellos no se ven, pero son vitales para su oficio. Estar en la pista seis horas diarias, créanme, son suficientes para sufrir la peores callosidades, por eso, comprobar la horma, el tacón, la punta; requieren de las mejores artes adquiridas en años de ejercicio y dolorosas experiencias. Hinchazones, esguinces, ampollas, hasta hongos provocados por la infección de la piel, dan testimonio. Años fructíferos del uno dos tres, dos a la derecha tres al centro, giro y desplante. Flamante, recorría sin cansancio esas coreografías inspiradas en las mejores revistas de Broadway. Hoy, a sus  ochenta años, con una mirada amorosa hace un guiño a sus impecables pies y se consuela al saber que una vez la felicidad tuvo la horma de sus zapatos. No está por demás ser zapatero.

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