Perdió la brújula una noche encarnada. Desvelado, sentía que las tinieblas eran de ceniza. La nariz chata, una boca atormentada, una gula ingrávida y un cuerpo a la deriva. Es inútil decirle que las buenas horas están fuera del barrio. Es inútil abrir la puerta. Al oprimir la pluma parece que las letras desiguales ya no son de mi mano solamente. Se diría que las luces están encendidas en el profundo negro de la prosa formando indefinibles parejas de mortales. Se diría que la ficción mínima es un eco encarnado de un brújula montada en el oído.
Se diría. Siempre se diría.
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