Las palabras que le unían se fueron separando de su
cuerpo y sus rasgos interiores, ya descarnados, se trasformaron en un palpitar
de crisálida. Los signos cambian a lo largo del trayecto y ya no podemos
definir como lo hacíamos. Hay que improvisar, decir por ejemplo, que sus
hábitos de ciudad no harán destino y que en su nuevo organismo tendrá que
ser cortejado como recién nacido. Saludable, transformará su sexo por ramas
húmedas que crecerán cuando repose el agua. Difícilmente se arrastrará hasta
llegar al tallo que trepará como si fueran las murallas verdes de su primera
historia. Intacto, no cambiará ni de postura ni de silencio.
Tal vez alguna lagartija lo mire y comparta la yerba
amarillenta y vuelva a unir las palabras que se han extraviado entre lo que es y lo que fue.
Sergio Astorga
tinta/papel