En la tienda de enfrente de casa, José Ribeiro, dueño del Bom fin, una tienda de múltiples contenidos: desde el dobladillo para el mantón de la santa hasta una buena pala para el jardín, ha sido referencia inequívoca de la temperatura económica del barrio y si me apuran, de la ciudad.
Don Ribeiro no se distingue por su dócil carácter. Viudo por segunda vez - dicen que tiene la mano pesada- de un tipo hablantín y coqueto, pasó a un cascarrabias mal hallado. Dueño de su fortuna no le incomodó que fuera perdiendo clientela. Primero fue perdiendo, de muerte natural, a todas las abuelas que poblaban las casas vecinas de una calle larga, tortuosa y empedrada. Ellas, marchantes del Bom fin, entraban a la tienda en compañía de sus nueras. Ahora, liberadas del yugo matriarcal, prefieren asumir sus funciones de mando y hacen sus compras en los grandes centros comerciales a las afueras de la ciudad. No obstante, cuando andan cortas de dinero van con don José a guiñarle el ojo para conseguir ya un kilo de arroz, ya el detergente para la ropa, ya la blusa estampada con flores verdes para no dejar de estrenar los fines de semana.
José Ribeiro se dejaba seducir hasta que un día la Margarida Sousa le colmo el ansia.
-Don José, me puede dar dos metros de esa tela azul. Es para el uniforme de mis sobrinos ¿sabe? están por entrar a la escuela.
- Margarida, después de todo lo que te he dado, me puedes decir José Ribeiro y punto.
- Don José, ¿y que hago con el respeto que le guardo?
- Te lo guardas. Bien sabes que podrías estar de este lado, tú y a los que llamas sobrinos.
- Don José, yo no le he dado motivos para…
- Te los he dado yo. Un día me dices que si y otro que no. Te resuelves o aquí paramos y no hay mas tienda.
- Es usted un pesado Don José…
Margarida, contrariada y con las manos vacías, a mitad de la calle se topó literalmente con Rita.
- Margarida, que te pasa, mírate esa cara.
- Estoy fúrica. Ese José Ribeiro es un fresco. ¡Insinuarse así!.
- ¿A ti también?
- A ti casi te mantiene, Rita, pero a mí, que sólo le pido unas cuantas cositas.
- Hay que decirle a la Inés. José Ribeiro ya no es de fiar.
Fotografía: montra (escaparate) en la ciudad de Braga, Portugal.
2 comentarios:
Sergio, cuánta retranca hay en este texto.
Efectivamente, cuando las vacas son gordas se comparte todo pero cuando llega el tiempo de las flacas es cuando realmente se manifiesta el ser humano en su estado más puro. Ocurrió en tiempos pasados, ocurre ahora y volverá a ocurrir. Debe de ser muy difícil que todos a la vez recobremos el tener conciencia de dónde se encuentra la esencia del ser humano.
Un abrazo.
Alicia, me gusta la palabra retranca. El mundo de las intensiones casi siempre nos deja boquiabiertos, patidifusos y con un semblante desinflado.
Abrazo con fiado.
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