Sin estrella pero con fortuna llegaron a la posada pasaditas las ocho de la noche. Doña Matilde, la anfitriona, tenía sus pies tan hinchados que sentada en el sillón de la sala recibió a los peregrinos con una sonrisa constreñida. Junita, su hija, no tenía descanso, los 16 años que le corrían despertaban la codicia de Pepe y Andrés, compañeros de colegio, que no paraban de recorrer con miradas navideñas el nacimiento de Junita al mundo de la tentación. Juanita, llenaba las canastitas de papel con chocolates y colación.
- Si no hay ponche me voy - llegó gritando Melquíades con su nueva esposa del brazo, una morena de ojo saltón y frente estrecha, Doña Matilde que ya sabia de sus inclinaciones, mandó a Junita por la botella de brandy para que se la diera a Melquíades y así evitar bulla con Josefa, su primera esposa, que con sus dos niñas arreglaba el pesebre.
- ¡Juanita!, gritó Doña Matilde. Pon música, que no es velorio. Ponte los villancicos que me regaló tu primo, haber si con eso lo perdono. Eso de meterte mano no me ha gustado nadita.
- Juanita, ¿no oyes la puerta?
Doña Matilde al ver entrar a su compadre Fidencio, se levantó como si vislumbrara el camino de Belem. Viuda persignada, no daba por perdido un tuqui ticu con el compadre, que al fin de cuentas también era viudo.
- Siéntate aquí mi Fide, pero que guaperro vienes. Tómate un ponchesito conmigo, mira que le puse hartos tejocotes, guayabas y pasas, tiene poca caña porque el muy infeliz del Chucho sólo me guardó tres kilos.
-Doña Matilde, que bonito le quedó su nacimiento. Con tantos borreguitos. Ay que me da una ilusión.
-No me vaya a lloriquear Chonita. ¿Me trajo los pastores; esos altotes con el pelo rizado? La verdad es que esos prietitos que tengo son los que le gustaban a mi marido, que en gloria este, y a mi, le soy honesta, no me cuadran nadita. ¡Chamacos! dejen de corretear, salgan a la zotehuela que aquí me van a tirar el árbol.
-¡Juana! ¿Qué pasa con esa música?
- Ya esta, mamá.
–!Súbele!… Eso. Una posada sin villancicos no es posada.
“La Virgen se está peinando
Entre cortina y cortina
Los cabellos son de oro
Y el peine de plata fina
Pero mira como beben
los peces en el río
Pero mira como bebend
por ver a Dios nacido
Beben y beben
y vuelven a beber,
Los peces en el río
por ver a Dios nacer”
Amigos y familiares no dejaron de llegar. En veinte minutos la casa ya rebosaba humores de paz y armonía. Bueno, al menos era la intensión de todos. Pequeños roces no son relevantes para destruir la reconstrucción de la fiesta. Por eso cuando Refugio, le dijo unas cuantas verdades a Margarita entre la gordita de mole y la ensalada rusa, no modificó el espíritu navideño. O cuando Felipe le dio un tortazo en mera jeta a Rubencito, el sobrino de Doña Matilde, se apresuraron a minimizar el incidente atribuyéndolo al exceso de brandy “Presidente” en el ponche. Las miradas de odio circulaban como los buñuelos que había traído Suzanita. “Esa fulana debía de traer cocadas”, dijo Mirella, prima de Juanita, Porqué, preguntó Laurita. “Porque es una descocada” concluyó Mirella, levantando la ceja lo más que pudo.
Doña Matilde como si fuera la reencarnación del ángel, anunció que había llegado la hora de pedir posada. Inmediatamente se pepeno del brazo a su compadre Fidencio, “tú te quedas aquí conmigo”, le susurró con dichosa esperanza. “A ver”, dirigía Doña Matilde, “todos los niños afuera, Suzana, tu también. Los demás adultos para dentro” concluyó.
Juanita repartía las letanías que todos cantarían: los posaderos desde dentro y todos los peregrinos, los de afuera.
- Junita, tu le vas hacer de virgen y de San José… Manolito.
- Pero mamá, si es un niño, protestó Juanita.
- Por eso, si tonta no soy, aseveró Doña Matilde.
Todos en fila, detrás del pesebre con los bueyes y el niño Jesús que llevaban Juanita y Manolito. Comenzaron a circular con una velita de colores encendida en una mano y la letanía en la otra. Los que sabían de memoria la letanía encendían luces de bengala.
En nombre del cielo
os pido posada,
pues no puede andar
mi esposa amada.
Los de adentro, respondieron a coro con gran satisfacción, sobre todo Doña Matilde y Fidencio.
Aquí no es mesón
sigan adelante,
yo no puedo abrir
no sea algún tunante.
No seas inhumano,
tennos caridad,
que el Dios de los cielos
te lo premiara.
Respondían los de afuera a pleno grito, porque la cera derretida de la vela los tenía con las manos henchidas de bolitas calientes que se enfriaban y quedaban como costras de colores.
Ya se pueden ir
y no molestar
Porque si me enfado
los voy a apalear.
Los de adentro disfrutaban del pequeño poder que les brindaba la tradición navideña.
Mi esposa es María
es Reina del Cielo
y madre va a ser
del Divino Verbo
Los peregrino (los de afuera) respondieron a media voz, ya que terminadas las velitas, sacaron sus smartphones y enviaban frenéticos mensajes de paz a todos sus amigos.
Entren santos peregrinos,
peregrinos reciban este rincón
Y aunque es pobre la morada,
la morada os la doy de corazón
Cantemos con alegría,
alegría todos al considerar
Que José y María y María
nos vinieron a honrar
Los de adentro, entusiasmados por demostrar su generosidad una vez por año, abrieron la puerta.
- Juanita, pon el pesebre en el nacimiento. Quietos niños, ordenó Doña Matilde. Todos otra vez afuera que vamos a romper la piñata. Juana, dile a esos dos: Pepe y Andrés que tomen el mecate y se suban a la azotea, haber si así te dejan de estar viendo las piernas. Deberías ponerte unos pantalones, por respeto al niño Jesús. Esta niña me va a sacar los tejocotes por los ojos, le comentó a Fidencio.
“Ándale Juanita, no te dilates con la canasta de los cacahuates”
Juanita llenaba la piñata, una estrella con siete puntas, como debe ser, una por cada pecado capital. Muchos cacahuates, limas, mandarinas, naranjas y pocas cañas abarrotaban la olla de barro de la piñata.
“No quiero oro ni quiero plata. Yo lo que quiero es romper la piñata”
Con un palo de escoba y una pañoleta amarilla amarrada a la cabeza al primer candidato le daban vueltas sobre su propio eje, hasta el punto de quedar mareado, comenzaba a dar palos de ciego a una piñata que desde la azotea, era levantada hacia arriba o hacia abajo procurando siempre que el golpeador errara el blanco.
“¡Dale dale dale no pierdas el tino porque si lo pierdes pierdes el camino!”
Por una imperdonable distracción. Juanita no se puso los pantalones ordenados por su madre. Pepe y Andrés dejaron inmóvil el mecate y la piñata suspendida fue alcanzada por un buen palazo rompiéndose en mil tejas de barro. Una marabunta de cuerpos se lanzó al piso después de que en cascada la fruta cayera. Cinco moretones, cuatro heridas profundas en sendas rodillas fue el resultado colateral de las sonrisas que mostraban sus frutas magulladas.
Saciados de festejo, antes de que dieran inicio los reproches post algarabía. Doña Matilde, del brazo de Fidencio, arrullaban sus miradas con el vapor del undécimo jarro de ponche.
- ¡Juana! Pon música. ¿Dónde se habrá metido esa? ¡Juana!
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