jueves, 24 de marzo de 2011

El Señor Oros II

DE COMO EL SEÑOR OROS SE SUMERGE ENTRE SUS LIBROS, LAS CAVILACIONES QUE LE PROVOCAN Y EL ABRUPTO DESPERTAR PROVOCADO POR UN INSULSO TIMBRE.

Complacido y sin esfuerzo, el Señor Oros a veces se quedaba como objeto de pensamiento, como si lo que es, una persona que encabeza su cuerpo, sólo fuera apenas una proyección, un proemio emocionado de un canto a sí mismo. Una simple taza de café y un pan con mermelada producían, el ya tan conocido efecto de introspección a la infancia que era recobrada de un tiempo ya perdido. Tal vez por ser café y no té, el efecto que debía haberse prolongado se truncó y el Señor Oros, extemporáneo, se dirigió a su librero a verse entre ellos, los libros, para raspar en su retentiva esa edición de la Colección Austral de Espasa Calpe, El Criterio de Jaime Balmes, pero cuál no sería su sorpresa que en su búsqueda redescubrió de la misma editorial a su tan apreciado Robert Burton y su Anatomía de la Melancolía. Cambió de criterio y tomó con melancolía ese pequeño y marrón librito que tanto le sugestionó de adolecente cuando iba a la librería Parroquial, por los rumbos de Clavería y transitaba largas horas en sus tres pisos repletos de libros repasando y escondiendo los libros en diferentes estantes para evitar que otras manos pudieran llevárselos y él pudiera regresar al día siguiente para comprarlos. Te acuerdas la turbación que sentiste cuando viste el libro de Burton, cambiaste de opinión como cambiaste hoy, y devolviste el libro de Ortega ¿Qué es filosofía? Y regresaste a casa leyendo ávido, caminando sin importarte que varios coches estuvieran a punto de arrebatarte tu interés. Como en aquellas épocas el Señor Oros se sumió de nuevo en sus pensamientos. Es mi casa, se dijo, este mapa mental es el pan, es mi casa, cuando pienso en lo que soy, sufro de esta bilis amarilla y me resbala el alma y cae a la consciencia que es lo peor, porque entre cientos de bocas que hablan, ninguna se parece a la mía. Porque aunque esta camisa es mía y me lavo lo que ensucio y cabeceo sin salir del sueño, sigo sin encontrar el botón que me reafirme. Es verdad guardo los días y aunque la tierra navegue a 30 km/s al rededor del sol sigo siendo yo y mi librero. Y me viene a la cabeza ese bulto de ser la bilis negra. Si hablo conmigo es porque mi lado izquierdo se incomoda. No lo sé. Cuando siento que no hay días que guardar, regreso a mi oficio de hombre extraviado. Mi cuerpo es un combustible.
Sentado en un sillón con el libro sobre las rodillas el Señor Oros, se dejaba llevar por sus habituales combustiones olvidando que el timbre sonaba brioso y a pelo. Adolorido, duda, no reconoce los sonidos, imaginando que la melancolía suena alta.
Sergio Astorga

Tinta papel 20 x 30 cm

12 comentarios:

Cisne Gaseoso dijo...

"Cuando siento que no hay días que guardar, regreso a mi oficio de hombre extraviado"...y ahí me quedé, pensando...

Precioso el dibujo con los libros, admiro a los poetas y artistas.

Gemma dijo...

Ya te digo de entrada que el señor Oros y servidora sienten la misma debilidad por Burton y sus tomazos sobre la Melancolía. :-)

"Cuando siento que no hay días que guardar, regreso a mi oficio de hombre extraviado. Mi cuerpo es un combustible".
(fe de erratas: donde dice 'cundo', debe decir 'cuando').
Abrazos de oro

María Eugenia Mendoza dijo...

Poco a poco se va descubriendo ese melancólico señor Oros.
La acuarela es un hermoso homenaje al hombre y los libros que mucho han influido en lo que es.
Querido Sergio, me preparo un té para que el efecto de este segundo capítulo perdure. Un abrazo muy cariñoso.

Isabel Barceló Chico dijo...

El señor Oros y su librero forman un todo, incluso el señor Oros con las estanterías, con los libros escondidos para que no se los lleven otros, con esos "otros", fantasmas a los que arteramente roba el placer de cada libro escondido, el señor Oros con su melancolía y su café y su sordera al timbre que suena con fuerza y garra, y su extravío. Ese señor Oros que ha soñado a sergio astorga o ha sido soñado por él, soy yo.
Besos, querido amigo.

Sergio Astorga dijo...

Cisne Gaseoso, parece que el Sr Oros me contagio y ando extraviado, como mirando de lado y me quedo tristeando.
Contesto hoy porque no sabía que decir.

Un abrazo para guardar.
Sergio Astorga

Sergio Astorga dijo...

Gemma, yo recuerdo el libro con gran admiración, con tantos cambios ya no sé dónde ha quedado, posiblemente ande por Mexica Ciudad.

Gracias por la corrección, desde que llego tu comentario, raudo y veloz me di un coscorrón y enmendé. Muchas gracias.

Un abrazo melancólico.
Sergio Astorga

Sergio Astorga dijo...

María Eugenia, ando un poco atarantado, ya tengo el dibujo del capítulo tres, pero ando nervioso con el texto y dibujo del calendario, así que me tomare un té verde, uno de pasiflora, uno de cuachalalate, para terminar con uno de aceitilla.

Un abrazo vitaminado.
Sergio Astorga

Sergio Astorga dijo...

Isabel Romana, estoy al tanto de la construcción de Roma, ladrillo a ladrillo, gracias por dejar las siete colinas un momento para venir a sonar con otro sueño.

Librero abrazo.
Sergio Astorga

Maribel Romero dijo...

El señor Oros es en el fondo un sentimental, y un intelectual. Los libros lo tienen totalmente abstraido del mundo, no me extraña que le fastidie ese timbre. Voy a ver quién es.

Abrazo filosófico.

Alicia Uriarte dijo...

Sergio, a pesar de mi azarosa vida de estos últimos días, sigo la pasión de el señor Oros por los libros-la que hace que no oiga el timbre- y su complicidad con el librero. Menos mal que este es su nexo de unión con el genero humano.

Un abrazo.

Sergio Astorga dijo...

Maribel, sensación e intelecto van juntos en el oropéndolo. Los timbrazos son terribles, cada vez que suena el teléfono a mí me hace saltar de susto.

Pásale a lo barrido. A lo mejor te invita un café.

Abrazo doceava edición.
Sergio Astorga

Sergio Astorga dijo...

Alicia, intuyo que andas ocupada in extemis, si no recuerdo mal andas preparando visitas con tus alumnos. Espero que te entusiasme tanto que el cansancio no haga mella en tu ánimo.
Los libros están en su cuerpo como sus calcetines, eso es verdad.

Gracias por darte un tiempito.

Abrazos sin editar.
Sergio Astorga