La señora Rui quería mucho a su gato. No exagero si digo que lo quería mas que a su marido. Subido en el respaldo del sillón su gato rellenaba de encanto la sala de estar. Sabía que es un gato y que no tiene posibilidades de ir mas allá. No habla aunque pareciera. No exige aunque demanda. Sabe dar maullidos que se meten hasta debajo de su falda y la hacen sudar frío. Cuántas fotografías se tomo con él: abrazándolo, contándole historias, sobándole el lomo hasta la cola. No entiendo esa reticencia de ponerle un nombre. Experimentó muchos. De militares, santos, exploradores, personajes de cómics, artistas de cine. Ninguno le favorecía, nos contaba con desanimo.
Las esquinas poco a poco quedaron deshabitadas y el penetrante olor buscó otras fronteras
Todos saben que se fue porque le faltaba la identidad de un nombre.
Tinta china/papel
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