Su amor era animal no cabe la menor duda. Desde niño mostraba su fascinación por el susurro de la abeja, que tenía por miles en un frasco. La parpa del pato lo dejaba tan entusiasmado como si escuchara una sonatina de Scarlatti. Culto para los sonidos, podía distinguir el más leve tono, agudos o graves para el Señor Benjamin, eran lo que se dice, pan comido.
Recuerdo que un verano a la llegada de la golondrinas, me decía: “Escucha con atención como trisan”. Esta por demás decir que pronto entró a trabajar al Zoológico de la Ciudad.
Sabía distinguir cuando barrita el elefante si era por enfado o por estar barruntando un pasado de libertad. En su oficina dos gatos, Benjamín chico y Benjamón, uno siamés y otro atigrado, le maullaban celosamente cuando Benjamín, salía presuroso al escuchar a la pantera humplar.
Nadie podría imaginar que una tarde noche, ya cerrado el Zoológico, escuchó el silbido de la serpiente, inquietos los pavos gluteaban como advirtiéndole de la desgracia. La gran duda es porqué no hizo caso de las alertas. Graznidos, chillidos, balidos, gruñidos y hasta rugidos no fueron suficientes para que Benjamín no entrara el serpentario. La boa en ayuno, comenzó amorosamente a devorarlo.
Si ustedes visitan el Zoológico, existe una placa conmemorativa dando cuenta del suceso. Procuren guardar silencio, la digestión va a la mitad del proceso y existe la esperanza que lo regurgiten por incompatibilidad de caracteres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario