Amanece lloviendo en Oporto con la fría neblina de los imposibles encuentros con la distancia. Los timones están quietos y es inquebrantable las ganas de salir por el hueco de la otra mañana cuando eran las diez y la casa estaba amueblada por ese gran amor a los cielos de Oaxaca o de Durango o de Los Álamos. A penas se camina se subrayan las astas del viento y el codo rugoso del agua.
Fotografía: Ribeira, Porto, Portugal.
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