Ese día las aguas se desbordaron de su cauce. Miles de peces, como dice Tablada, “al golpe del oro solar”, encallaron en el puerto. Se les veía mover sus aletas dorsales desesperados, abrían y cerraban sus bocas jalando aire. Dotados de indómita energía bajaron por la calle Marina Alta y dieron vuelta en la calle Almirante Thomas donde se alza la bodega y donde yacen las almejas y calamares envueltos en el frío. Como estela, la sal repasaba el camino desde el puerto a la bodega. Crecía una ola ensangrentada de escamas y branquias. Los pescadores, acostumbrados a los misterios del océano, veían ese desfile de peces moribundos. La tierra, siempre tan inhóspita, los recibía dichosa.
Esto sucedió el día 14 del séptimo mes cuando se festejaba a Nuestra Señora del Ancla y las gaviotas, siempre hambrientas, se marcharon aterradas a mar abierto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario