Es pequeña la ciudad. Se puede caminar toda en un sólo día. Nada tiene de especial pero en ella puedo ver a lo lejos como se levanta el primer verso de la mañana cuando vuelan esos pájaros ya domesticados por recorrer la misma ruta. La ciudad es como un pesebre, huele a boñiga, un poco a alfalfa y a tiner. Esta mezcla le da personalidad, mundo, y los pocos visitantes que llegan, hablan de su discreto encanto y de sus vapores que producen visiones de antiguo oráculo.
La cerraduras cantan y en toda la ciudad el oficio más apreciado es el de cerrajero. Cuando enmohecidas las llaves no logran abrir las puertas, un lamento de mujer se escucha denso, infranqueable.
La ciudad es pequeña, sin embargo se alza un edificio, el único, que resalta de entre el caserío de una sola planta. Es el cementerio, han decidido tener tumbas en niveles. Los primeros pisos son dedicados a los niños y los últimos a los viejos. Por fortuna la ciudad es pequeña y tienen pocos habitantes, lo que augura que no se construirán edificios similares que puedan afear la ciudad.
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