Ebria la noche, deja el farol de la fiesta como testigo de la fiebre que la mañana mitiga con callada displicencia. La temperatura de la calles se mide en el vaho del grito desbocado y violento, crepitando con sus virutas de alegría entre las piernas interminables de las lámparas.
Hay un sabor de cosa muerta, confieso, una melancolía encontrada y esa sordidez de los gestos perdidos en el vocerío.
Inmóvil y muda la ciudad se recrea sola de estar en casa.
Como si la inventara.
Fotografía: Rua das Taipas, Porto, Portugal.
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