En la calle de las Flores habita un señor muy bien sucedido, esto es, vestido con traje negro y temperamento caballeroso. Le gusta meterse en los aparadores y en la calle de las flores hay muchos. Su figura se agranda y se desfigura. Hoy, como un Magritte educado, en los cristales se instalaba el reflejo de las casas de la ciudad como si su cabeza entrara en una ventana. Se diría que le queda bien la ciudad en su cuerpo. Si cada uno dijera lo que piensa, se formaría una escalera tan grande que llegaría hasta el último tejado. Pero nadie se da cuenta, llevan su propio reflejo, sus barcos de sombra y humo, a imaginar otros cuerpos que se den cuenta de ellos.
Me gusta llamarlo Jac, por darle un nombre corto, impersonal. Lo siento como un vecino en el río de la calle. Es como un espasmo pictórico, se cruza y se entrecruza, se funde y confunde entre los escaparates y sus objetos. Su deseo es sencillo, exhibiese a sí mismo, proyectarse en el ascensor de su imaginación. "Jac el Magritte de la calle de las Flores" así lo bautizo. Me moja ese aire sin aire, esa voz sin voz, esa subversión. Ese maduro perfume de los que viven con la irreverencia.
Como un dibujo de tinta china, con el silencio helado, el cambio de luz ha desvanecido a Jac en insípido mortal. Que importa, me animo, así el mañana tiene sentido.
Fotografía: Montra na Rua das Flores, Porto, Portugal.