Los reflejos son el esqueleto discreto de las imágenes proyectadas en el agua. No hay mejor gris que el horizonte callado de la ciudad con su río. A veces un barco se desprende y surca en silencio haciendo de la estela una especie de llanto que fluye en comunión. La brisa errante nos cuaja y somos los estáticos ojos que se espantan al oír el rumor de una vieja tristeza o ese deseo de partir y desandar el camino. Furtivos, los tonos turbios de los ocres se pierden como huéspedes que no saben cuál puerta indica la salida.
Es fácil decir que los tránsitos futuros errarán por lo que llaman alma. Una prosa nadará incolora y sus esfuerzos se fundirán con el celaje.
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