La congoja gime blanda por el occidente. El mar atlántico entra por el oído. La maestría del movimiento, en párrafos violentos, muestra siglos de dinastías de dioses ahogados por diferentes paraísos. El peligro anónimo se nos hace tierno al seguir el hilo del ahorcado. Retamos frente a frente, como si importara. A lo lejos se pierde el fondo, el clamor de las horas. No hay faro en la costa.
Recolectamos, como las nubes la luz que queda.
Fotografía: Granja, Portugal.
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