A toda la estimable clientela del abarrote de los Antojos les deseamos que su Astorieta de vida les sea gratificante.
Abrazos.
Abrazos.
Espero que sea de su agrado ecuacional.
PICANTE NOCHE
Su vida tuvo notas de miel, poseía burbujas de pensamiento finas y elegantes. En suma, tenía aromas de frutas y pastelería. En la noche de San Crispín y San Crispiniano, como si fuera poseído, salió a medianoche. Corrió por la ría, sudó sus aromas. Con la carrera perdió su corazón. Él, tan enamorado, tan político. Se bajó los pantalones, se hundió en la fría agua del río. Montado en la corriente supo que hay noches que pican, que dan ganas de mojarse.
ALIENTO
Con su aliento de amoniaco se enamoró locamente de unos labios mortíferos. Él volaba, sumergido en la esperanza. María Luisa, suspiraba. Si tu quisieras, las horas anidarán celestiales tonadas. Que delicia que seas tan ligera, tan etérea. Me gustas porque presientes mi respiración.
¿Por qué sales volando?
DE OÍDAS
Érase un toro herido buscando refugio. Un beso engendró el deseo de buscar pareja. Nació animado por una madre suspensa de la respiración de Marte. A sus orejas llegó el llamado colérico de la lujuria. Recorrió la dehesa de norte a sur. En un lecho de piedra miró recostada a esa Artemisa con las vulvas rojas expuestas. No habita remedio posible, el Toro siguió la tentación del rapto.
La llevó en su lomo, domando el cuerpo, ella, apretando sus piernas no pronunció palabra. Alguien husmea el rapto y se le exprime el corazón. Los siguió, y cuando el toro intentó mordisquear la oreja de Artemisa, una lanza cruzó su oreja. Las colinas se tiñeron de violeta y los pastores cuentan historias distintas, esta es una de ellas.
Antología, gracias a los Editores por su desición de publicar estos textos
Sergio Astorga (México-Portugal)
Fueron llegando desde el dos de diciembre. Primero fueron las verdes. Cuatro cajas de doce esferas cada una, de inmediato sacamos el árbol de su caja y muy contentos colocamos las esferas. Mamá nos regañó. Primero las luces, nos dijo. Juana y yo las pusimos rápidamente. Nos gustaba nuestro verde con verde. Después llegaron las esferas azules. Las colocamos sin esfuerzo. Las amarillas las pusimos ya con dificultad, nuestro árbol es pequeño. Ya no teníamos esperanzas de tener rojas pero llegaron el cinco de diciembre. Las colocamos en los huecos que quedaban. Satisfechos mirábamos y mirábamos nuestro pequeño y repleto árbol de navidad.
Ya no sabemos qué hacer, siguen llegando esferas y esferas de todos los colores imaginables, todas redondas y del mismo tamaño. En el árbol ya no cabía una esfera más, así que las fuimos colocando a su alrededor. Fue inevitable cubrirlo, ya no lo vemos pero sabemos que está ahí detrás de todas las esferas. Hemos tenido que hacer algunos cambios. Las esferas seguían llegando. Así que llenamos la sala de estar y el comedor.
Ahora dormimos al final del pasillo. Por fortuna no hemos partido ninguna. Mamá dice que partirlas es de mala suerte. Lo que nos preocupa en realidad es que ya no tenemos paso a la cocina.
(Brevilla)
El mitológico mundo interior se pasma cuando las corrientes de aire vienen de Esparta. Espero con estoicismo que lleguen los vientos de Atenas, porque la A, siempre es la primera.
En el torbellino de la O, la trenza del mundo se enmudece. Solo una nota al pie de página se distingue entre las risas de Ernest Tinchan, con su porro encendido.
Esta tarde en Oporto, tiene el frío húmedo como la O que aludo.
No admitía palabras. A Sebastián, “el callao”, le gustaba andar de noche entre los dormidos. En relieve las pausas son los suspiros de la sombra.
Era un salvaje nocturno. Se comía el alma buena de las taciturnas rojas flores. Él, sentía que la respiración nocturna es una larga noche de amante solitario
Un destello terrestre con la expresión de un cátodo buscando encontrar batería, es el ánimo de Carmen Augusta. Un páramo es su historia con manchas de amor regadas por el cielo. Nunca tuvo un consuelo a su herida que página a página rimaran con el lacre.
El sueño es su casa donde lo pueril se deja en la cómoda y en el corazón de estas siestas de las cuatro de la tarde.
Los espejos tuvieron la mirada de niña, ahora los cascabeles rompen los cristales.
Las mejillas se hinchan cuando abre el libro de Ana Magdalena. Toca, y entre partituras derramadas, vuelve el alivio, ese escorpión que la acosa se distrae.
La pesadilla termina con el segundo beso de su novio amortajado
Su destino fue un torbellino. Una A en su futuro le dio la mano. Se afianzó a ella. En su décimo giro le instó a la B, una S, de salida.
No encontró su librote de sintaxis.
Hoy los transistores juegan con la caricia de la movilidad. La sombra aburrida se deja llegar al amarillo como si el trigo fuera el futuro. Diciembre llegó con la onza viva del calendario.
Desde este foro, las voces populares echan raíz en el retiro.