Improvisaba todo el tiempo. Echando uñas se aferraba a
las colchas y edredones y daba vueltas sin parar y nunca se arrinconarán los
días en que chillaba para salir.Todo mundo dice que tenía la idiosincrasia de
un gato. Que le había crecido una barriga de gato, es más, la gente que lo veía
andar por la calle, afirmaba que se bamboleaba como gato. Yo no estoy muy
seguro que fuera como un gato, porque buenas maneras no tenía ninguna, el aseo personal no era lo
suyo y casi no dormía. Que a nadie le extrañe mi incredulidad, yo he compartido
la misma casa durante tres años; tengo que reconocer que pagaba el alquiler
puntualmente. No sabía en qué trabajaba, yo sólo estaba atento a la llegada del
fin de mes. Bueno, admito que varias veces entré a su cuarto y lo único que me pareció
peregrino fue que las colchas y edredones mostraban desgarrones como hechos por
uñas largas y filudas. Por lo demás no había nada que indicara otra cosa que un
ser solitario con mañas propias del aislamiento. Había dos o tres libros de
literatura barata, historias de amores frívolos y… ahora que lo pienso bien, había
un manual que llevaba el título de 100 maneras de conocer a los gatos. Accedo a
que me gustaran sus zapatos de piel de caguama con una bigotera muy discreta
con un tacón cubano sobrio. Tenía una media docena de camisas blancas y tres
trajes de tweed. Eso es lo más me alteraba, cómo es posible que siempre producía
falsas impresiones. Y esos chillidos o maullidos que se metían por el pasillo de
los oídos, tan molestos, que varias veces estuve a punto de chillarle con aspereza.
Nunca lo hice por miedo a erizarlo.
Todo
ya me parecía natural hasta que un día llegó una carta a nombre de Manolo
García Fernández, con la dirección de casa, pensé llevarla al correo y Benito,
que así lo tengo en el contrato del alquiler, Benito Ramos Betancourt, me pidió
la carta, argumentando que en alguna época fue conocido por ese nombre. Aturdido,
le extendí el sobre.
Dos días antes de
que se marchara, le tomé una fotografía y la aposté junto a la alacena, en un
portarretrato bruñido que encontré en la cómoda, al ver la fotografía, tuve la
sensación de estar frente el álter ego de Manolo.
Sí, parecía un gato.
Sergio Astorga Acrílico /tela 40 x 60 cm