Me contaron que hace dos meses lo vieron pasar de la
mano de Casilda por el puesto de fruta. Llevaba sus pantalones cortos y esa fantasía
de llevar enredado en su dedo medio el hilo que mantenía al globo amarillo, que
como cometa redondo se elevaba con un aire urbano entre los puestos del
mercado. Entre todas las emociones infantiles el mirar cómo se infla un globo
no tiene igual, aun cuando las carnalidades futuras rivalicen en intensidades.
Casilda, depositando en él todas sus amarguras, lo
jalaba de la otra mano con la esperanza de que soltase el globo, y así, ser el centro
de su atención.
- ¡Casilda! – escucho una voz familiar de tras de sí.
- ¿Cómo te atreves a llamarme? ¿No fue suficiente con
mi marido?
- Casilda, no lo tomes tan a pecho. Fue algo que no
pudimos controlar.
- Pues yo tampoco me puedo controlar.
- No te crispes, yo sólo te quiero preguntar, como
amigas, si sabes dónde está tu marido.
- ¿No está contigo?
- Hace días que no llega a casa y…
Me contaron que el niño se soltó a caminar fascinado en
seguir al globo que daba piruetas espontaneas. Poco a poco sólo se distinguía,
me dijeron, una esfera amarilla divagar entre calles y jardines como si fuera esa
casta pequeñez que todos conocemos.
Sergio Astorga
Tinta/papel
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