Fascinado con la primera persona del singular, Braulio Zepeda Verdana siguió con estrechez de miras las cinco acciones primordiales de un buen escritor: leyó incansablemente; estudió a conciencia el Manual de Entonación de Tomás Navarro Tomás; practicó todos los días a mano con su estilográfica de tinta verde; no se dejó influenciar por los comentarios de su parentela y participó en cuanto taller literario le recomendaron.
Seguro de sí mismo y con las herramientas en ristre esperó mil setecientos ochenta días, con el papel Bond de 120 gramos frente a su mesa de trabajo a que llegara una idea digna de ser contada. Tal fue su perseverancia que las personas, conmovidas con tal historia, dos días después de su fallecimientos juntaron dinero para recordarlo en una escultura.
Ayer la develaron. Por fortuna no hubo discursos. La escultura está ubicada a una lado de su mesa de trabajo. Se debatió si debían ponerla en un espacio público. Ganó el recato, procurando respetar el anonimato en que vivió. Se puede leer en una plaquita de bronce: A Braulio Zepeda Verdana, por su constancia y amor a la perfidia creativa.
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